Es el último libro publicado por Domingo F. Faílde, que obtuvo con el mismo el Premio "Provincia de Guadalajara"
Finalizado el acto, Domingo F. Faílde, acompañado por su esposa, Dolors Alberola, y un reducido grupo de amigos, brinda por el libro que acaba de salir a las librerías.
No puede dar el hombre sino parte de sí en la literatura. Así Domingo F. Faílde, nos entrega su sangre en los poemas. Una sangre medida, con compostura, ácida hasta el punto de hacernos necesario restañar esa herida de la existencia y preguntarnos por cada célula del montaje que resistimos. El humano es paciente, un ser con la estatura de las sombras, un ser que cruza el tiempo con un faro extinguido entre los ojos y deambula ciego hacia la muerte. Faílde lo sabe, como sabe desentrañar ágilmente los sutiles misterios de las cosas que vienen resguardadas con sus lomos de libro. Ha transitado mucho por las enciclopedias del saber y nos puede acercar la historia entre sus sílabas. Su libro, Región de los hielos perpetuos es otro modo de llevarnos hasta el infierno, de la mano de Dante o de la musa o, quizás todavía, de la terrible mano de la propia experiencia. Pero también un modo de despertar lo muerto y levantar las lenguas ya caídas a la categoría de poesía vivísima. Abrimos el libro y ante nuestros ojos vemos dos imágenes siempre, como la bipolaridad de todo, como el damero de tantísimo pensamiento filosófico: en la dedicatoria, Dolors o Beatrice y una página allá, en las citas, Dante y William Shakespeare; y así seguirá la estructura y todo en el volumen: dos partes y, dentro de cada una, oscuridad y luz, entrelazándose en una trenza sólida y bien armada. Ya el primer poema nos lo trae un arcángel capaz de la mayor desolación y víctima de la más luminosa hermosura; un arcángel que, más que revelarnos, nos desvela y rebela contra las sombras todas de la existencia. Con la sabiduría por soporte, Faílde escribirá cada uno de los versos que edifican esta primera parte, hasta tener levantada esa ciudad sobre la que pontificará verazmente que todo es igual, que siempre es igual, que la vida está escrita entre la suciedad –y me recuerda este poema la hermosísima también parodia que no hace mucho pudimos contemplar de La Zaranda-, todo el mundo era un auténtico vertedero, pero esto ya estaba escrito, esto ya lo había dicho también Domingo, esto es lo único que no cambia o lo todo que nos tiene completamente fijos y lo que nos inaugura pregunta tras pregunta, como para qué nos sirve la ciudad, la ciudad del deseo, la ciudad de la esperanza, la ciudad de la historia, la ciudad de la vida, si sólo hay una auténtica e ineludible ciudad, la ciudad de la muerte. Mas, para qué no sigue sirviendo esta ultimísima ciudad y quién o qué la edificó para nosotros… De tanto no saber o de tanto saber lo que no quisiéramos anotar en nuestros ojos, pasamos a ese círculo de frío que hemos edificado juntos, a la terrible habitación de la miseria, cuyas paredes son el mercado y la bolsa. Todo está ahí, el capital es la sola medida, la del deseo, la de la bondad o maldad, la del respeto, la de la religión incluso, y el mundo que en su origen pudo estar bien hecho, necesita estarlo mal para justificarse, para justificar las profecías que deben de cumplirse. Debe llegar la epitome, el punto culminante, el final de la historia o del libro que, en la fe del poeta, vienen a ser lo mismo. Y todo está helado, todo reconstruido y todo revelado y rebelándose, en la voz del autor, todo llenándonos con sus esquirlas, con sus hábiles vidrios, con sus salpicaduras y sus vómitos, que no son más angustia que la angustia ni otra redención que la de redimirnos en esta absurda manifestación de yoes que no debieran ser sino el solo yo de la armónica música o del número. Un poemario al fin, Región de los hielos perpetuos, que me encontré en la casa cierto día y sobre el que el propio autor ya no tenía fe ni esperanza ni Caja de Pandora, y menos mal que alguna vez las cosas toman ese camino de las cosas y pudo recalar en otra frase, del latín predilecto de Faílde y exclamar con orgullo: Veni, vidi, vinci, y convertirse en este poemario tan urgente que nos mostrará en unos momentos el propio poeta.
Dolors Alberola
ACERCA DE "REGIÓN DE LOS HIELOS PERPETUOS"
Éste es, sin duda, un libro rezagado. Emprendí su primera redacción durante el verano de 2000, presa aún del dolor que la muerte de mi padre me ocasionara, suceso el más aciago de mi vida que, a partir de ese instante, cambió. Luego, sufrió diversas vicisitudes, pues lo dejé enfriar en una carpeta, antes de acometer su revisión, y en ella se encontraba cuando, en octubre de 2002, abandoné mi casa, me divorcié y empecé con Dolors Alberola una nueva andadura vital y, por supuesto, poética. Región de los hielos perpetuos quedó en aquella casa, a merced de los lances de la separación, y lo di por perdido hasta que, en 2004, en virtud de sentencia judicial, me fue restituida la biblioteca y, con ella, documentos y manuscritos valiosos para mí. En todos estos años irían viendo la luz. El resplandor sombrío salió en Alhulia, mediado el 2005, poco antes de que Ancha del Carmen me publicara Las sábanas del mar, cuya orientación estética denota un rumbo nuevo, confirmado en La sombra del celindo (2006) y consolidado en Retrato de heterónimo, que está a punto de editarse. Cierra, en fin, una etapa, que se inicia tal vez con Náufrago de la lluvia, allá en 1994, y di por concluida con La noche calcinada, dos años después, aunque se prolongó hasta este libro tardío, cuyo tono apocalíptico, común a todas las obras de aquel periodo, contrasta con la desenfadada y cruel ironía de las recientes. Sigo, no obstante, fiel a mis raíces, que se nutren de la savia de los clásicos. Y, en este caso, Dante, a cuyo periplo por los infiernos me sumé como polizón, deteniéndome en la gélida zona donde los condenados, al helársele el llanto, han de llorar hacia el interior, aguijoneados por las punzantes estalactitas de sus propias lágrimas. He aquí, me dije entonces, una feroz metáfora del siglo, que avala, por desgracia, la realidad de un mundo en decadencia, abocado a sufrir los efectos desoladores de su acción. Así nació este libro, tan desvalido, crónica –como acaso lo sean todos los míos- de una generación que llevaba en sus corazones un mundo nuevo, que ya ven en qué quedó...